Daniel Véjar
Un descontento generalizado se expande. Frases como “prohibido olvidar”, “los tirapiedras” o “los mismos de siempre” -y algunos otros quizá mucho más prepotentes- han dejado de tener efecto disuasivo y la gente sale a las calles a demostrar su descontento y no parece tener ánimos de detenerse. Y esto no ocurre solo en la capital: Galápagos se encuentra en paro permanente, Cuenca y Guayaquil organizan sus propias convocatorias mientras que el partido oficialista pregona la reflexión y el diálogo con campañas publicitarias y enlaces presidenciales... y a su vez obliga a servidores públicos a participar de una supuesta contramarcha intentando convencerse a sí mismo de que aún “somos más”, y cuando eso falla siempre tiene a la mano la caballería policial para acabar con la conspiración de la que está seguro que es víctima.
Lo curioso, aunque quizá no para asombrarse demasiado, es que en la práctica no ha ocurrido nada.
Las protestas continúan, al igual que el discurso oficialista: los unos gritan a todo pulmón “Fuera Correa Fuera” algunos con banderas negras en mano y otros, también hay que decirlo, hasta con botella en mano, ya que ir a la protesta ahora también es un muy buen plan de jueves o viernes por la tarde; por su parte, el Presidente continua gastando cada vez más presupuesto en nuevas campañas publicitarias, discursos presidenciales y ahora incluso en entrenamientos a militares y policías para saber reprimir manifestaciones, eso sí, de forma “pacífica y profesional” (¿recién?), como lo asegura el Ministro del Interior.
La caída del petróleo, la sobre evaluación del dólar y la falta de política monetaria; a más de proyectos mineros en Tundayme o Íntag, la explotación del Yasuní, los préstamos de China, las salvaguardas temporales, la eliminación del aporte estatal al IESS, la limitación de utilidades en algunos sectores, y el gran proyecto hotelero (que amenaza a un ecosistema megadiverso, único y muy frágil) en la región insular son síntomas de prevención de un desequilibrio económico -por decir lo menos-... ¿o acaso estas medidas también se hicieron para redistribuir la riqueza?
Y finalmente, las tan cuestionadas ley de herencias y el impuesto a las plusvalía, que por más que quiera negar la derecha, solo afecta al bolsillo de las colosales dinastías multimillonarias que siempre han controlado el país, pero que han logrado posicionarlas como leyes que romperán el patrimonio familiar. Ahora, que afecte a la inversión extranjera y al desarrollo, es un debate distinto... pero es un debate que hay que hacerlo.